Ensayo de corte postmoderno sobre la trayectoria de la estructura de la cúpula en las edificaciones religiosas, su inclusión al estilo románico y el tránsito al Nuevo Mundo.

 

Espejismos y desvanescencias en el nuevo mundo

 

M.Sc. Carolina Jiménez A.

Historiadora del arte y pintora independiente

Costarricense

 

Resumen

Como base fundamental en las grandes religiones, el hombre construye edificaciones que le acercan a Dios, estas estructuras integran concepciones sagradas que permiten unir al hombre con el Universo y consigo mismo a la vez.

 

Palabras clave: Cúpula, Templo de Jerusalén, Islam en España, Conquista del Nuevo Mundo, Arte Románico en América, Realismo Mágico.

 

Abstract

As basement in the great religions, man constructs buildings that bring him closer to God; these sacred structures integrate conceptions that connect man with the Universe and himself at the same time.

 

Key words: Sacred Dome, Temple of Jerusalem, Islam in Spain, Conquest of the New World, Romanic Art in America, Magical Realism.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fig. 1.  Mapa elaborado en el año 1506 por el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller

 

 

El primer panorama a definir es el del momento del encuentro entre el Viejo y el Nuevo Continente, y es que cuando en Europa se dispersa la noticia del descubrimiento de las exuberantes tierras y de pueblos tan extraños como diferentes, tanto Europa como el Oriente tenían siglos en amalgama de encuentros y desencuentros.

África, Oriente, el Caribe y Centroamérica, según como los describe Martin Waldseemüller en el mapa en el que finalmente otorga el mérito del descubrimiento del Nuevo Mundo al almirante Cristóbal Colón (y no a Américo Vespucio), -publicado a solo pocos años de que Colón llega a América-, presentan, al europeo de aquel tiempo, una vista apacible y hasta seductora para las personalidades aventureras, atrevidas y de mente expansionista, habitantes de las nuevas y crecientes ciudades; los errores longitudinales y de distancias, comunes entonces, más bien colaboran en despertar las ansias de embarque y conquista. España y Portugal se encontraban en pleno crecimiento y en vísperas de la Revolución Industrial. El Medioevo quedaba atrás, rudimentaria aún pero la Astrología había cedido su campo a la nueva ciencia de la Astronomía y se contaba con la Náutica y la Metalurgia.  Para el tesonero español, -quién poco a poco dejaba atrás la perspectiva limitada al devenir del Mediterráneo y había ya logrado triunfar en las luchas internas por sacar el Califato-, la posibilidad de cambiar la antigua y trajinada ruta terrestre al Oriente por un recorrido marítimo diferente, en la famosa búsqueda de las especies, canela y pimienta, - se decía-, o la ilusión de encontrar oro, perlas y otras riquezas, con el fin de acrecentar el patrimonio y por supuesto, poder esparcir el credo cristiano, o la simple esperanza de reclamar la recompensa por tierras descubiertas ofrecida de parte Vuestras Altezas, los Reyes Católicos del Reino de Castilla, fueron motivos suficientes para transportar, al otro lado del océano, un nuevo brote expansionista, con su consabido intercambio y mezcla cultural… y el futuro fue ese.

 

Dogmas y arquitectura

Decir África y decir Oriente es pensar en moros y en el Islam, es pensar en el corso legalizado por la corona española antes de que perdiera preeminencia por el aumento del bucanero independiente, la estética de ese Oriente llega con ellos a España. Desde centurias antes el ornamental judeo cristiano ya había adoptado y adaptado en España la estética islámica, especialmente el duomo o cúpula, al enlazar el rústico, pero detenidamente elaborado baptisterio bizantino, con el sólido aunque incipiente estilo prerrománico. Según consta en las Actas del Primer Congreso Nacional de Historia de la Construcción de Madrid, realizado en septiembre de 1996:

Es difícil decidir de forma indubitada el origen de las bóvedas y cúpulas, ni el camino por el que su uso se expande por el área mediterránea, pero se puede asegurar que en un momento indeterminado la forma fue definitivamente conseguida en ladrillo, usada por los caldeos y asirios, quienes la transmitieron a los persas sasánidas con unas características específicas. Estas características no se trasmiten a la construcción romana, que aprovecha casi únicamente las formas, ya que disponen de un material distinto, la argamasa vertida, mientras en Bizancio puede que convivan de alguna forma ambas maneras de resolver el problema. Lo que sí se puede asegurar es que bajo el Islam estos elementos alcanzaron una alta calidad arquitectónica en las formas, en las técnicas de ejecución y en su simbolismo. (p. 1)

La cúpula no fue la única construcción sagrada que se utilizó en el Mundo Antiguo, en Mesopotamia estaban las torres escalonadas, en Micenas las tumbas de bóveda y los romanos la desarrollaron con su Arte Funerario; pero el monumento que sobresale con mayor significación, sin duda lo fue el Domo de la Roca, el legendario Templo de Salomón, en Jerusalén. Tanto las Sagradas Escrituras como las pruebas arqueológicas, evidencian a Jerusalén, -o Ciudad de Paz, en hebreo-, como centro del Mundo Antiguo, como el lugar elegido por Dios para que el hombre cimentara un templo en su honor, el primer santuario cristiano erigido siguiendo el modelo supremo de revelación divina.

Jerusalén ya era un pueblo antiguo cuando hacia el año 1004, en el S XI a.C., el rey David de Israel le conquista de los llamados jebuseos, cambia su nombre a Jerusalén y la torna centro de su reino unificado. Se estima que hacia el año 960 a.C, S X a.C, su hijo, el sabio rey Salomón, construye el majestuoso templo para sustituir el Tabérnaculo, -morada en hebreo-, o el sitio sacro movible con mayor veneración desde los tiempos del Éxodo cristiano. Fue Yahvé quien personalmente le indicó a Moisés cómo levantarlo, en el encuentro que ambos sostuvieron en el Monte Sinaí, cuando le entregó las dos piedras por su dedo labradas, conocidas como Las Tablas de la Ley, Éxodo (37, 1-9), certificando así su pacto con los hombres, judíos y católicos. Está escrito que El Señor da instrucciones para salvaguardar este testimonio tan importante dentro de la llamada Arca de la Alianza, o Cofre Sagrado, el cual debería elaborarse con la noble madera de la acacia; se forró según sus instrucciones con oro por dentro y por fuera, la cubierta fue hecha de oro sólido y sobre ella reverencian dos querubines, de oro también. La palabra utilizada por sacerdotes para definir esa tapa es depositario, y se le honra como al elemento donde se hace presente “la gloria” o espíritu divino, es decir, es el sitio que permite que el Señor se haga visible, allí se materializa la esplendorosa presencia de Dios (He. 8:5). El arca nunca debía tocarse, el Señor también mandó a hacerle dos argollas sólidas a cada lado, a través de las cuales, -y también a cada lado-, cruza una barra de acacia forrada en oro, utilizables ambas para transportarla. Fue trasladada en múltiples ocasiones, marchaba adelante del pueblo de Israel, su nombre le precedía e imponía respeto, su sola presencia le permitió ganar batallas o ahuyentar al enemigo, hasta las aguas del Jordán cedieron al tenerle enfrente y se plegaron abriéndole paso en la huída de Egipto. Finalmente le correspondió al rey Salomón (1011-931 a.C.), darle hogar estable y éste escoge el sitio de origen bíblico o centro sagrado de la tierra, para cimentar el primer templo cristiano, la legendaria Roca del Templo, en la Montaña Sagrada, también proverbial y cargada de simbolismo religioso, llamada entonces Monte Moriá o Monte de Sión.

Pero la historia convulsa deja su huella y el templo fue destruido, hasta la llegada del quinto Califa Omega, Abd Al-Malik (646-705 d.C), quien reina desde el año 685 hasta el 705 en territorios ahora ocupados por Egipto, Siria y Palestina; hábil político y de mente reformista, oficializó el árabe sustituyendo al griego y el persa y le utilizó como idioma gubernamental, integrándolo al diwan administrativo; unificó el sistema de recaudación de impuestos y reformó la red de correos, llegó incluso a acuñar el dinar como la moneda de su pueblo, grabándole el enunciado "En el Nombre de Dios", reemplazando el circulante sólido bizantino y la moneda persa; siempre en aras de la reunificación del Imperio Islámico, este estratega y promotor del arte musulmán se dedica, entre los años 687 al 692, a liderar la construcción del primer monumento levantado por el Islam, el Templo de la Roca, en Jerusalén, coronando así la supremacía del Islam en el territorio de Jerusalén, la antes máxima cuidad judeo cristiana.

De la monumental construcción la cúpula es fundamental, cubre el ámbito central el cual está asentado bordeando la roca, la misma roca donde la tradición islámica también fundamenta su fe, pues fue ahí donde Mahoma deja su huella en el ascenso celestial, cuando subió a adquirir la Revelación del Señor (Corán7/1).  De nuevo el destino del duomo es atesorar concepto y herencia divina, bajo la cúpula dorada conciertan revelaciones que sintetizan el fervor espiritual de la Antigüedad, su ámbito concentra en símbolo y espacio la universalidad judeo cristiana.  El Templo de la Roca, finalmente, tras siglos difíciles en zona conflictiva, sobrevive hoy y sigue siendo la explanada sagrada para los fieles del Islam, del Judaísmo y del Cristianismo a la vez.

La dinámica vital de la cúpula es ofrecer una estructura que permite un espacio tridimensional facilitador del encuentro entre el plano terrenal, en unión con el divino, y viceversa; el domo representa el cielo o firmamento y la bóveda, nuestra dimensión terrenal. Este entronamiento arquitectónico de planta octogonal es utilizado, -según el punto de vista de la filosofía cristiana-, como el recinto consagrado a facilitar el paso de las almas en su recorrido espiritual de regreso al cielo o de reencuentro con el Señor; el centro del edificio que la contiene es, metafóricamente hablando, el centro del mundo y del universo, y nos representa a nosotros mismos también. La función de la cúpula es la de conjugar estructuralmente el recinto santificado y junto con el cimborrio marcar el eje central del espacio religioso, donde el simbolismo de la cruz latina queda manifiesto cuando se entrelaza el crucero para repartir los empujes de la cúpula hacia los arcos torales, su misión es coronar el centro de conjunción terreno-celestial. En el espacio de mayor recogimiento y unión espiritual, en el punto situado directamente debajo de la cúspide de la cúpula, en este espacio sacro se sitúa el altar.

Desde el punto de vista arquitectónico, El Templo de Jerusalén resume también rasgos bizantinos y se estima que colaboraron maestros sirios en su ejecución.  Iniciándose la Edad Media, hacia el año 1120, como corolario del éxito de la Primera Cruzada emprendida por el Papado Católico para reconquistar Tierra Santa, el edificio central del Templo pasó a ser el hogar original de los Caballeros Templarios, cuando fundaron la orden que buscaba dar protección a estos lugares sagrados y al caminante cristiano.  Es a la Orden de los Templarios a quien se atribuye la fusión de la planta octogonal a las edificaciones románicas de las construcciones religiosas, de los siglos XII y XIII, y su utilización a lo largo de todo el camino de peregrinaje y a través del Mediterráneo, hasta el Viejo Continente; crónicas medievales certifican el auge en la construcción de iglesias debido a ellos. Como recientemente lo asevera el arquitecto Robledo, miembro de la Asociación de Arte y Arqueología de Córdoba, “Con la conquista de Tierra Santa por los príncipes de Occidente en los tiempos de las cruzadas, todas las creencias simbólicas reflejadas en la arquitectura sagrada ascensional fueron transmitidas al arte románico cristiano…”  Robledo (2002).

Cuando el floreciente abanico de monasterios, capillas, iglesias y edificaciones civiles, en la descollante Península Ibérica de los Reyes Católicos, aumentaba a un ritmo que no volvió a repetirse luego, el Arte Románico gozaba de su máximo esplendor, su versatilidad y sincretismo representaba la modernidad progresista que intentaba ganar terreno ante las culturas altomedievales locales, las cuales pretendían perpetuar el cansado Mundo Antiguo; el rey Fernando fue uno de los personajes de Castilla que lucharon por convencer a nobles y obispos para que aprobaran la construcción de las edificaciones civiles y religiosas en los recién conquistados reinos del Nuevo Mundo, con el orden del Románico.

El Arte Románico tuvo la versatilidad de poder adaptar múltiples variantes a su estilo arquitectónico, -tanto en ornamento como en estructura-, su mayor logro radica en que no solo las integra sino que las asume como suyas, es su eclecticismo uno de sus principales atributos, por eso fue tan útil para urbanizar las nuevas tierras. A partir del año 1573, iglesias y catedrales, pequeñas capillas y conventos, torres, fuertes y murallas,  levantados tanto en la costa como en el interior de los territorios del Istmo y de las Antillas, toman como modelo constructivo el Estilo Románico, según las Ordenanzas Reales de Felipe II, y fueron los dominicos, franciscanos, evangelistas, conquistadores y colonizadores, valientes voluntarios en esta hiperbólica aventura hacia un nuevo y maravilloso mundo, quienes introducen y nuevamente adaptan el románico conventual. La nueva arquitectura de iglesias y misiones resultó más austera quizás, pero la cúpula se sigue levantando aunque no siempre se ostente a primera vista, su funcionalidad es más hacia el interior del recinto, lo que realmente importa es que ésta ocupe el nivel superior del centro de la estructura. Esta recreación del ámbito celestial simbolizando el cielo en la tierra, permitió además el recogimiento anímico particularmente deseado en el fervor cristiano, al interior del templo y al interior de uno mismo.

 

Desvanescencias

Si ahora nos detenemos y retomamos mentalmente el estilo sencillo, claro y cercano con el que Waldseemüller nos presenta en su mapa el panorama Caribe, Nuevo Mundo, la Península Ibérica y la Costa Africana, y nos representamos en ese mismo estilo de mapa el Casco Mediterráneo de los siglos anteriores al encuentro, resulta ser cómo reconstruirnos la imagen de una obra teatral antes ya representada, la historia repetida, con carabelas, cañones, mosquetes y sables, imitando lo conocido en tierras diferentes. Pero esa es otra historia, así como la que cuenta de los pueblos e imperios construidos o destruidos por el Reino de Castilla (y por otros que llegaron luego), -para mal o para bien-, y sin embargo debemos reconocer que la historia de la diversidad en las tierras del Nuevo Mundo ingresa y se instala por el Caribe. Tanto el entramado mediterráneo como el caribeño han sido convulsos rosetones de mezcla cultural.

Es imposible continuar en pocas frases con lo que acontece en territorio ístmico y en las Antillas luego de los primeros contactos con los pobladores nativos, pero en las centurias siguientes el románico se establece como la arquitectura religiosa y civil más utilizada, la piedra y el ladrillo resultaron de excelente adaptación al clima y ejemplos de su utilización se esparcen también con pintorescas adaptaciones locales. Sin embargo, la primera iglesia del Nuevo Mundo no fue construida con los parámetros del Románico sino concebida en Estilo Gótico Isabelino, el del primer asentamiento europeo en tierras nuevas, en la isla La Española, Santo Domingo, perteneciente al Virreinato de la Nueva España. Se terminó de construir hacia en el año 1541 y se conoce como Basílica Catedral Santa María de la Encarnación, Primada de América. Además de que en ella tienen sepultura grandes personajes de este evento colosal llamado América, y tal como El Templo de la Roca, la Primada del Nuevo Mundo fue testigo del caótico comportamiento que queda como triste entretelón en la historia de conquistas y sometimientos. La Primada tuvo que sufrir desde invasiones y saqueos, hasta ultraje y profanación,-perpetrados en el seno de su propio altar-, pero sucede aquí como con toda edificación de carácter cultural y sagrado, los monumentos más antiguos son los que mejor nos permiten aprender de los devenires de nuestra terrenalidad.

Si fue por cambios y conductas alteradas como esas suscitadas paulatinamente, según se cruza lento el denso y etéreo vaho que emerge del salitre nebuloso del océano, luego de una nocturna tormenta antillana; o quizás por hipnotismo ante la eterna vista del profundo, transparente y cambiante turquesa del Caribe, con sus variaciones del color musgo más oscuro hasta el celeste y blanco, tan claros y centelleantes que enceguecen mente y pasión; o si fue la locura que suscita la falta de libertad, o el exceso de ella, más la siempre avasalladora presencia verde de la entonces infinita Natura; serían el vino, el ron y la codicia o el imponente hemisférico horizonte que, -como en ninguna otra parte-, define esa marcada circunferencia que supera límites y subliminalmente transporta al infinito, a la intemporalidad del firmamento, o fue quizás insolación de la plenitud del mediodía, cuando reina el silencio y el brillo titilante de la ondulante mar es solo interrumpido por el rítmico e interminable canturreo de las olas desvaneciéndose, al aterrizar en la arena o contra el coral. Queda entonces refugiarnos en el arte, el arte que llega y filtra el doble discurso imperante, desmitifica la irreal cotidianeidad que se vive en las Antillas y en el Istmo, e incluso, acaso reivindica los excesos del hombre:

Ti Noel oyó la voz del amo que salía de la peluquería con las mejillas demasiado empolvadas. Su cara se parecía sorprendentemente, ahora, a las cuatro caras de cera empañada que se alineaban en el estante, sonriendo de modo estúpido. De paso, Monsieur Lenormand de Mezy compró una cabeza de ternero en la tripería, entregándola al esclavo. Montado en el semental ya impaciente por pastar, Ti Noel palpaba aquel cráneo blanco y frío, pensando que debía de ofrecer al tacto, un contorno parecido al de la calva que el amo ocultaba debajo de su peluca. Entretanto, la calle se había llenado de gente. A las negras que regresaban del mercado, habían sucedido las señoras que salían de la misa de diez. Más de una cuarterona, barragana de algún funcionario enriquecido, se hacía seguir por una camarera de tan quebrado color como ella, que llevaba el abanico de palma, el breviario y el quitasol de borlas doradas. En una esquina bailaban los títeres de un bululú. Más adelante, un marinero ofrecía a las damas un monito del Brasil, vestido a la española. En las tabernas se descorchaban botellas de vino, refrescadas en barriles llenos de sal y de arena mojada. El padre Cornejo, cura de Limonade, acababa de llegar a la Parroquial Mayor, montado en su mula de color burro.

Monsieur Lenormand de Mezy y su esclavo salieron de la ciudad por el camino que seguía la orilla del mar. Sonaron cañonazos en lo alto de la fortaleza. La Courageuse, de la armada del rey, acababa de aparecer en el horizonte de vuelta de la Isla de la Tortuga. En sus bordas se pintaron ecos de blancos estampidos. Asaltado por recuerdos de sus tiempos de oficial pobre, el amo comenzó a silbar una marcha de pífanos. Ti Noel, en contrapunteo mental, tarareó para sus adentros una copla marinera, muy cantada por los toneleros del puerto, en que se echaban mierdas al rey de Inglaterra. De lo último sí estaba seguro, aunque la letra no estuviese en créole. Por lo mismo, la sabía. Además, tan poca cosa era para él el rey de Inglaterra como el de Francia o el de España, que mandaba en la otra mitad de la isla, y cuyas mujeres —según afirmaba Mackandal— se enrojecían las mejillas con sangre de buey y enterraban fetos de infantes en un convento cuyos sótanos estaban llenos de esqueletos rechazados por el cielo verdadero, donde no se querían muertos ignorantes de los dioses verdaderos. Carpentier (1949)

 

 

 

 

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